Cholula, entre tumbas y rumba

*Caminar por el Pueblo Mágico de San Pedro Cholula es adentrarse a un gran templo que los franciscanos fundaron en 1552, sortear tétricas tumbas acompañados de música sabrosa de la Sonora Santanera, aspirar aromas a cecina y a sopa cholulteca

Aníbal Santiago

Cholula, Pue.- La rumba de la Sonora Santanera irrumpe por el antiguo portón de madera, acelera entre las bancas de la nave central, asciende en los escalones del presbiterio e impacta poderoso en el sagrario. Ahí, al fondo del Templo de San Gabriel Arcángel, sobre las espesas alas del propio Gabriel, mensajero de Dios, reverberan las trompetas junto a una voz tropical: Una vez nada más / en mi huerto / brilló la esperanza / la esperanza que alumbra el camino / de mi soledad.

Solitarios hay unos cuántos este mediodía de lunes dentro del gran templo de Cholula que los franciscanos fundaron en 1552, apenas tres décadas después de llegar a lo que es hoy es México. Aunque los cinco feligreses podrían escuchar el frío silencio católico que flota en las altísimas bóvedas góticas después de la misa de 1 pm, lo que oyen es la música sabrosa que nace en las bocinas de la Plaza de la Concordia -epicentro de Cholula- y que como una avalancha se deja venir sin respetar nada, ni siquiera el sigilo de esta dorada Casa de Dios.

Quizá tanto escándalo musical que se mete a esta iglesia es una venganza (inocente) del destino. Hace más de cinco siglos, antes que los conquistadores españoles comenzaran a erigir esta iglesia y su convento aledaño hoy habitado por 10 frailes, bajo lo que es esta residencia del cristianismo poblano estaba el Templo de Quetzalcóatl, la deidad de la serpiente emplumada con que los nahuas veneraban a la fertilidad. Al tercer obispo de Puebla, Sebastián de Hojacastro, eso no le importó gran cosa y en 1549 lo demolió para poner la primera piedra de la iglesia que sustituyó al espacio sagrado indígena. En realidad, aquel sacerdote solo estaba respetando una manera de ser. Ya desde 30 años antes la violencia había sido la norma en la región: en 1519 el ejército de Hernán Cortés, en su ruta hacia México-Tenochtitlan, asesinó 6 mil indígenas: la Matanza de Cholula.

A los sobrevivientes y sus hijos de piel morena se les ordenó construir el templo bajo la dirección del arquitecto español Toribio de Alcatraz. Tres años después estaba listo un edificio que por afuera parece un castillo medieval de Edimburgo: roca negra, tenebroso, sólido, con torres barrocas enmohecidas. Y por si faltara algo, rodeado de sepulcros. Si camina en sus afueras -no lo haga muy tarde, no sea que los espantos ronden- verá muchas tumbas y sus monumentos desgastados, ajados, destruidos, cuarteados, desmoronados por el tiempo: “Don Miguel Pabello. 5 de mayo de 1828 / 3 de noviembre de 1899. Su esposa e hijos le dedican este recuerdo”. O bien: “Luisa Peres de Hierro. 7 de junio de 1885. RIP, fieles rogad”.

El largo perímetro de las tétricas tumbas te conducirá otra vez al interior del templo custodiado por santas y santos. No tienen más alternativa que oír el bullicio musical que desde la plaza enriquecen a través de los parlantes Estrella de la Cumbia o Sonora Carruseles. Y oyen los gritos de los niños que juegan y se echan su nieve maíz azul en el puesto de helados Macías.

Aunque cargue con el estigma de traidor, montones de pobladores prenden veladoras y se hincan en la iglesia ante San Judas para pedirle milagros con sus deudas impagables frente a un cartel que dice: “Rogad por mí, que soy tan miserable”. Muy cerquita, al barbón San Chárbel lo rodean cientos de listones coloridos para que cure hemiplejias, cegueras, úlceras. Y por ahí anda también, desde 1594, una imagen de Nuestra Señora de los Remedios, según la fe religiosa buena gestora contra las epidemias.

Si la lúgubre iglesia te hiela por dentro y anhelas liberarte, escapa hacia el atrio: sobre una amplísima extensión de hierba cortadita, tres fresnos -ancianos pero verdes, frondosos, voluptuosos- son buenos para recostarte en la sombra cuando a Cholula se le desparrama un sol sin piedad o para beber uno de los cacaos helados que venden por ahí.

Al despertar camina dos cuadras, entra al Mercado Cosme del Razo y arrójate al placer: hay cecina con rajas rojas y aguacate criollo; sopa cholulteca con pollo, poro y tocino; huazontles capeados; cemitas de carnitas con quesillo; barbacoa enchilada, asado verde y mole poblano.

Abre la boca y peca de gula, sin temores. Total, ahí al ladito, en el Templo de San Gabriel Arcángel, al rato te puedes confesar.

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